domingo, 18 de abril de 2021

PERDÓN

 

La vieja disculpa se esconde de mí, estoy llorando, no recuerdo su nombre y menos su forma de hacerme feliz. Los visitantes esperan, la veo guardarse en su rincón de polvo: roedor convulso.

Solíamos acordar que no estábamos para recodos, pero era todo lo que podíamos presentarle al mundo, nada más que el escarnio de nuestras entrañas, de soflamas las suyas, templadas y dignas para el pánico; de nada, las mías, llenas de eso que llamábamos miedo, disolución o destino, daba igual, de todos modos tocaríamos las piezas ensayadas y solo para el final alguna improvisación que lograba sonrojarnos, aun en el recuerdo, días después o cuando el escenario se mostraba lleno de expectativa y sangre.

Pero ahora es de mera remembranza su escondite, corro a su guarida, seguro de verle: el polvo es un hábito, su rastro borra el rastro y no es más que alucinante este recuerdo que no parece mío, levanto cuanto puedo, seguro de verle escabullirse entre estas tiras cómicas, entre este mamotreto sin leer, entre estas botellas fatigadas, seguro de verle: peajes de preguntas sobre dudas superadas.

Los visitantes preguntan por mí, ¿Acaso llaman a la puerta?: espantos de todo lo vivido.

            No tendré que decirles, el silencio es la única vanguardia que conozco en estos días, estarán allí con sus colas de memoria renovada y sin más, vaciarán sus discursos ilegibles para mi soledad de coartada, de formas de quedarme solo.

            Alguien aparecerá con alguna llave, salpicando todo de demanda y convicciones y ansias fundadas de tiempo y gentío. Querrá abrir; y sí, algo ha pasado, logro apenas sacudirme la tristeza, secarme la certeza de los ojos y ojear por último su cueva desvanecida en el aire por mis manos.    

            Salgo por fin, toso todo.  

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