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Por toda la casa hay bolsas de compra llenas de poesía; se pudre el amor. Debajo de ellas, museo de lágrimas, se ve filtrarse la nostalgia, gotean palabras lavadas con olor a agobio; aun las cosas que dijiste en broma en las tardes, sobre todo cuando solías herirme y hacer malabares con mi sangre. Pero no conseguirás que vuelva al trapeador y al detergente, estoy cansado de pasar todo el día en la cocina: he hecho, por fin, el postre como lo hacía tu madre, dos años duró en el horno, uno más en la heladera… esperar afuera de la habitación a que probaras y dijeras que hacía falta algo, que estaba casi listo, me produjo juanetes, estoy descalzo, no resisto otro sendero, a esta edad apenas y alcanzo a bañarme para seguir pareciendo el mejor hombre del mundo. No soporto el desaseo, no preciso dormir con tantos recuerdos en lugares donde debería reinar la posteridad; además, el aroma de tu desayuno favorito necesita encontrar, sin tropiezos, el camino hasta el ya casi inexistente:
–
¡Buenos días!
–
¡Buenos días!
–
Ignorados en su nido,
como te gustan…
–
Se ven bien, pero les
falta fe
–
He corrido mayores
riesgos, pero todavía no consigo arriesgarlo todo
–
Revisa el procedimiento,
ha de ser falta de ensueño o desmedida obstinación
–
¿Pretendes probarlo?
–
Huele bien, pero les
falta matiz y, de tanto pensarlo, se han puesto indiferentes
–
Me esforzaré para el
almuerzo
–
Regresaré de noche,
las sombras saben a silencio
Al alba, suena el desamor y me obligo a despertar perdido
entre las sábanas de un nuevo día, tan lleno de necesidad y de distancia. Tengo
la lista del quehacer y el plan de vida tan escaso de tiempo y de memoria que
los latidos no llegarán a las onces, pero en algo he de invertir esta paciencia
para que encuentres las cosas en su lugar, de manera que voy limpiando los
escaparates del discurso y alcanzo una que otra epifanía:
Tras la puerta
Mis manos: gemidos que invocan tu otro cuerpo… de agua y nube.
Corro desesperado a la alcoba, no vaya a ser que entres
por la ventana y te enredes con los suspiros. Limpio, limpio, recojo los ecos…
Escondidos
Bajo la cama sigue
expectante la niñez, entre zapatos jadeantes, la oscuridad y el frescor de las baldosas,
nuestros ojos no pueden cerrarse a la luz de lo prohibido, al cálido temblor de
los cuerpos asustados de sí mismos.
La cocina es un infierno al que no quiero ceder, pero el
alma de la casa tiene tus disposiciones: las caricias del canto, todos los
fetiches, los señuelos. Regreso con la mejor destreza a las estanterías donde
no supe almacenar las indicaciones, los permisos agotados convertidos en
advertencias y en prohibiciones, la manera de pasar los dedos bajo la blusa, el
ángulo desde cual mirarte antes de acompasar la respiración con el ritmo en las
venas de tu empeine, antes de despertar en el sueño de…
–
Cansancio, ¿Qué otro significado
podría tener la vida?
–
Entendí que la noche
era la forma de la felicidad, que aún era temprano, que el tiempo era lo de
menos.
–
Sobrevaloras el
cuerpo, el placer es otro tipo de desecho
–
Comprendo que el sol
produzca el espejismo, pero la oscuridad lame y roza y tiembla y respira
–
El sudor es el mismo
cuando callas, cuando sueñas, cuando gimes, cuando lloras, acaso se evapora
cuando ríes, pero deja el aire plagado de ambición
–
Los baños están
limpios, las duchas, los retretes, las toallas…
–
…tus manos y las mías,
también, conservadas en una discusión innecesaria que retrasa el descanso.
Mi refugio es respirar. Mientras reposas a tu lado, en la
profunda fortaleza de una boca abierta, rodeo tu sueño y, aún allí, salen a mi
encuentro, con ojos de haber estado esperándome por años, las alucinaciones del
persistir, se arrojan contra mí buscando las zonas más cálidas de una
expectativa que no encuentran y terminan convertidas en sucios papeles, en
latas y frascos desperdigados por doquier, en residuos que me ocupo de acomodar
toda la noche, en las bolsas de compras que has dejado pendiendo de la única
ventana, cerrada por dentro… tu presencia.
Termino el servicio postrado en el umbral que da a la
calle, pronto vendrá el camión del reciclaje y entiendo que habrá cosas que
consideras cercanas, anécdotas necesarias para conservar actuales las
conversaciones de la fiesta, del shopping, las cosas que hay que
referir, por reflejo, en algún incómodo silencio de la tarde.
Acurrucado en medio del cúmulo dispuesto para la omisión,
soy un empaque más. Tengo tiempo de revisarlo todo:
Empatía
Había traído algunas gotas de agua en la palma de su mano.
Caminaba equilibrando las distancias entre ellas, a punto de caer en la
indefinición o en la generalidad, pero estaba desnuda y yo no podía
concentrarme en el argumento, sus pies empinados entre los baldosines hablaban
de otra cosa, se detuvo… grito mi nombre… y en el aire quedaron suspendidos los
reflejos de todo lo que no entendí. Sobre las huellas de su esfuerzo
estallaron, aún separadas y diminutas, sus razones.
El afán es torpe pero rápido como la alborada cuando no
tienes dudas sobre la luna y sus colores, o sobre el horizonte y las penas
germinadas en su nombre: somos puntos de la línea de corte, satélites de
nosotros mismos. Hurgué con prisa dentro de cada cúmulo, al principio con
cuidado y luego, ya absortó en la inminencia de la mañana, con desespero,
tratando de seleccionarte… algún evento fallido terminó cortándome ambas manos,
no pude continuar, la tristeza terminaría por volver a desorganizar la casa y
teníamos justo el tiempo de la rutina tanto demoramos en aprender:
– ¡Gracias!
– Lo sabíamos desde el principio, solo restaba servir y disfrutar.
– No sabíamos las sobras, los enseres untados…
– Ese ha sido mi encargo…
– Por mí, solo agua en la mano, solo sueño…
– Por ti, limpio el corazón, la entrada y la salida.
– ¡Gracias!
Colofón
La montaña de escombros coronada de lluvia. Jugando a vivir, un niño sube, descansa
la ruta. En su cara de agua, entre lagrimones de mugre, atraviesa la sonrisa,
un bulto de libretas de papel, de plástico y botellas de cristal le abre paso
al hambre del venidero día.
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