Como un coágulo de luz enmudecida, de verbo, atraviesa la noche, como un sarcasmo de todo lo evidente, como un asco, será, más no huraño, más no trasto, más no más ni de repente. Tiene su mando, mira y convierte el antojo en vaga premonición de minerales trasmutados, de extirpados ganglios de esperanza, con sus venas intactas, con sus aglutinaciones. Pero ríe, vuelve que es huye y encanto para tanto delato perfecto. Desde su gesto se erige, sendero de voces sin palabras, este tránsito de todos, imágenes de baba y aliento, vaho de siluetas merodeantes, suspenso de la luz antropofónica.
A
la dermis, al fondo de las posibilidades, al cielo de las dudas atraviesa, al
clamo, al cierto, al insistante, al oído que puede demorarse, al velador de
omitidos, al pastor de los tempranos, de los exactos, de los ya tarde.
Pero
persiste, así acalla, en la dinámica contraria a lo silente, en la aglutinación
de todas las memorias, y de los siempres: hedores del mañana, antifaces del
verbo detenido.
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